
El próximo 15 de abril, Alemania cerrará -en principio, de forma definitiva- los tres reactores nucleares que aún tenía en operación. Lo hará algo más tarde de lo previsto: debían parar a finales de 2022, pero el Gobierno de coalición se vio obligado a extender todo lo posible su vida útil ante la amenaza de un invierno frío y sin gas. Se apuraron unos meses, pero fue imposible dar marcha atrás en un cierre establecido años antes.
Ahora, por lo tanto, la única opción de que volviesen a funcionar sería parar por completo y retomar la actividad pasados varios años, aunque no parece que entre en los planes de Berlín.
Mientras, España, que comenzará el cierre gradual en 2027, llegará a ese punto de no retorno en 2024 por los plazos necesarios para comprar uranio y formar trabajadores. Actualmente, la energía nuclear genera en torno al 20% de toda la electricidad en el país.
Si no hay cambios, Almaraz I (Cáceres) será la primera en cerrar en noviembre de 2027. En octubre de 2028 seguirá su gemela Almaraz II y en 2030 cerrarán Ascó I (situada en Tarragona, lo hará en octubre) y Cofrentes (en Valencia, cerrará en noviembre). El proceso continuará en septiembre de 2032 con Ascó II y culminará en 2035 cuando se apaguen en febrero Vandellós II (también en Tarragona) y Trillo (Guadalajara) en mayo.
El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) recoge los cuatro primeros cierres y, según explican fuentes del Ministerio para la Transición Ecológica, no se plantean cambios en la actualización del plan que debe recibir la Comisión Europea antes de verano.

De ahí que el año que viene sea la fecha límite. Hay "una serie de condicionantes" que dificultan en exceso o impiden cambiar de idea pasado 2024, según explica Ignacio Araluce, presidente de Foro Nuclear. "Habría que pedir una prórroga de la licencia y eso tiene sus plazos", apunta, porque hay que hacer estudios de viabilidad y seguridad. Pero eso, en cualquier caso, depende de que vaya a ser posible continuar. Hay otros más tangibles, que tienen que ver con el día a día del funcionamiento de una central. "El acopio de combustible no es inmediato, hay que hacer un diseño de los elementos combustibles, el enriquecimiento...", enumera Araluce. También lleva tiempo la formación del personal, "sobre todo el que tiene la licencia para operar las centrales nucleares", que dedica años a aprender lo necesario para desempeñar su función. Y, claro, tiene que ser una profesión de futuro para atraer a nuevos empleados: "Hay que tener claro cuál es el horizonte temporal en el que va a operar la central, para, a la hora de contratar gente, poder decirle que tiene un futuro profesional".
A esto hay que unir tareas más pedestres, como los acuerdos con contratistas, el mantenimiento o el acopio de piezas de repuesto en un sector en el que los equipos "no se encuentran en el mercado normal, tienen calificación nuclear y sísmica". "Al meter todo esto en un cesto, nos sale, más o menos, que para tener un cambio suave para poder ampliar la licencia más años a partir del 27, hay que tomar una decisión a finales del 24, con tres años de antelación", confirma el presidente de Foro Nuclear. "No es absolutamente matemático, pero estaría por ahí".
Ya ha habido voces que han pedido que el PNIEC contemple esta nueva realidad. El Plan, aprobado en 2019, se redactó en un contexto energético, político y social muy distinto al actual, antes de la pandemia y la guerra en Ucrania. Además, se confiaba en el desarrollo de tecnologías como las baterías o la energía solar termoeléctrica que, de momento, no han llegado o no lo han hecho al ritmo esperado.
José Bogás, CEO de Endesa, ya declaró que "hay que prolongar la nuclear" tras presentar los resultados de la empresa a finales de febrero. También la Sociedad Nuclear Española, formada por trabajadores del sector, se manifestó en este sentido. Todos coinciden en que el sistema de generación no está preparado para desprenderse de la fuente atómica, aunque sea de forma gradual, porque es la única forma de producir electricidad de forma constante. El sol se pone, el viento deja de soplar y el agua escasea, pero la nuclear -salvo parones programados- siempre está ahí y funciona más del 90% de las horas del año.

"El PNIEC se basaba en que iba a haber una serie de tecnologías que iban a entrar e iban a dar respaldo al sistema", detalla un directivo de una empresa eléctrica. Según lamenta el directivo, "no puedes confiar en un plan que está basado en tecnologías que no existen". "El día que existan, ponlas en el plan; mientras no existan, no", arguye. En este sentido, el caso alemán sirve de ejemplo de los tiempos nucleares: "El Gobierno se plantea a última hora si ampliar la vida de las centrales y la realidad es que ni tienen personal, ni tienen combustible, ni tienen uranio, ni tienen mantenimiento... No tienen nada para seguir".
"Las nucleares son un trasatlántico: aunque pongas la hélice en reversa, no para inmediatamente, tiene una inercia", ilustra Ignacio Araluce. Y no hay que irse muy lejos para hacerse una idea de qué podría suponer abandonar una tecnología, porque pasó hace apenas cinco años con el carbón. En 2018 las centrales térmicas que se alimentan con este combustible aportaron el 14,3% de toda la electricidad española y en 2019 pasaron al 4,9%. En ese mismo intervalo, el gas pasó de suponer el 11,5% al 21,2%, su mayor peso porcentual hasta 2022.
La situación, por lo tanto, sería parecida en 2027, pero con un mayor despliegue renovable. Especialmente de fotovoltaica, que es la fuente que más ha crecido en potencia instalada desde entonces (ha pasado de 4.771 MW en 2018 a 20.203 MW en 2023, según los datos de Redeia). El sistema eléctrico es robusto y, aunque está cambiando el mallado -se pasa de pocos núcleos concentrados de mucha producción a muchos dispersos de menor potencia-, suele responder sin problemas con la generación conjunta de eólica, fotovoltaica, cogeneración y el fondo de armario nuclear. Si hay picos, entran en funcionamiento el ciclo combinado de gas o la hidráulica.
Los problemas surgen cuando algo no funciona o se tensiona la red por algún motivo. La caída de una conexión con Francia o la llegada de un temporal como Filomena pueden hacerlo. También un verano seco y con olas de calor en el que, precisamente, el parque nuclear francés tiene problemas y España debe acudir al rescate de sus enchufes y exportar más electricidad que nunca, como ocurrió en 2022. La solución fue el gas y aunque la promesa del hidrógeno verde está ahí, es difícil que en 2027 sea una realidad.
